miércoles, 4 de diciembre de 2019

¿NACEMOS O NOS HACEMOS DEMÓCRATAS?

¿Nacemos o nos hacemos demócratas? Esta es la cuestión. Si admitimos que se trata de una cuestión puramente genética, carece de sentido educar en valores y procedimientos cívico-democráticos. Pero si, por el contrario, consideramos que no es así, sino que la democracia es una entre las posibles formas de organizar la convivencia humana –la menos mala, que dijera W. Churchill-, entonces habremos de concluir que es imposible lograr una madurez democrática sin recurrir a la educación, única vía complementaria a la genética con que contamos los seres humanos. Sorprende, por tanto, que se proponga eliminar la Educación para la Ciudadanía como alternativa a la Religión en el Bachillerato de Andalucía, cuando, de hecho, lo aconsejable sería que fuese obligatoria, porque cualquier ciudadano debe conocer los valores y procedimientos cívico-democráticos compartidos, independientemente de las creencias que pueda tener cada cual.

Si no nacemos demócratas, ni es posible la democracia sin demócratas, podemos preguntarnos: ¿Qué intereses puede haber detrás de que las jóvenes generaciones ignoren el sentido profundo de cuestiones tan básicas como, por ejemplo, que el primer artículo de nuestra Constitución define a España como “un Estado social y democrático de Derecho”? ¿Qué fin se pretende con que los escolares ignoren que entre las principales amenazas para la democracia encontramos la demagogia o uso interesado de la mentira; la información tendenciosa; la corrupción institucional; el anteponer el interés privado al público; una justicia de la que pudiera cuestionarse su imparcialidad; etcétera? ¿Qué propósitos puede haber detrás de la negación a las generaciones futuras a conocer sus derechos, (los Derechos Humanos), y sus obligaciones, así como sus fundamentos? ¿Qué objetivos puede haber detrás de no formar para que se conozcan las distintas opciones ideológicas, sus fundamentos y consecuencias? ¿Qué miedos ocultos puede haber para negarse a aceptar que solo una ciudadanía formada puede informarse con espíritu crítico y ejercitar su libertad con plenitud? ¿Qué intereses puede haber en promover una ciudadanía pasiva, apática, desencantada y desinteresada del ejercicio de sus derechos y deberes políticos? ¿Qué fin se pretende al forjar una ciudadanía que careciendo de ideas claras sobre los asuntos públicos limite su participación a un no sabe/no contesta? ¿Qué intereses puede haber para que estos u otros contenidos semejantes, relacionados con la necesaria convivencia democrática y los Derechos Humanos, dejen de estudiarse en las aulas?

(Se trata de un extracto de un artículo más antiguo del autor -el titular de este blog- que se publica en esta ocasión con motivo del proyecto de eliminación de la asignatura Educación para la Ciudadanía como alternativa a Religión en el Bachillerato de la comunidad autónoma de Andalucía)

martes, 21 de mayo de 2019

SOBRE LA POSIBILIDAD DE UNA DICTADURA TECNOLÓGICA.

Una figura destaca sobre el horizonte de incertidumbres, malestares y miedos que acompaña el comienzo del siglo XXI. Se trata por ahora de una silueta por definir. Una imagen que todavía no refleja con exactitud sus contornos pero que proyecta una inquietud en el ambiente que nos previene frente a ella. Su aparición delata un movimiento de alzada vigorosa, que lo eleva sobre la superficie de los acontecimientos que nos acompañan a lo largo del tránsito del nuevo milenio.

Envuelta por un aliento de energía sin límites, su forma va adquiriendo volúmenes titánicos en los que se presiente la desnudez granítica de una nueva expresión de poder. Con sus gestos se anuncia el reinado político de un mundo desprovisto de ciudadanía, sin derechos ni libertad. Una época que asistirá a la extinción de la democracia liberal. Que instaurará una era mítica a la manera de las que imaginó Hesíodo, hecha de vigilancia y silicio, habitada por una raza de humanos sometidos al orden y a la seguridad. Un mundo de fibra óptica y tecnología 5G, dominado por una visión poshumana, que desbordará y marginará el concepto que hemos tenido del hombre desde la Grecia clásica hasta nuestros días.

El mundo evoluciona a lomos de la revolución digital hacia una nueva experiencia del hombre y del poder. Una evolución que parte de una resignificación del papel del ser humano debido a la introducción de un vector que lo transforma radicalmente. La causa está en la interiorización de la técnica como una parte sustancial de la idea de hombre. Esta circunstancia se desenvuelve dentro de un marco posmoderno que da por superadas las claves que definió la Ilustración filosófica del siglo XVII bajo el rótulo histórico de la Modernidad. Jean-François Lyotard explicó a finales de la década de los años setenta del siglo pasado que la condición posmoderna era el final de las grandes narrativas que habían interpretado el mundo dentro de un relato coherente de progreso y racionalidad. Para este autor la estructura intelectual de la Ilustración era insostenible debido, precisamente, a los avances técnicos y los cambios posindustriales que propiciaban las telecomunicaciones de la sociedad de la información. Estas circunstancias hacían que el humanismo, y la centralidad que atribuía este al hombre, hubiera sido desplazado como eje de interpretación del mundo por una visión científica que lo subordinaba a la técnica y a su voluntad de poder.

La revolución digital en la que estamos inmersos en la actualidad hace cada día más palpable la condición posmoderna. Y, sobre todo, contribuye a una reconfiguración del poder que está gestando una experiencia del mismo a partir de una voz de mando que es capaz de gestionar tecnológicamente la complejidad de un mundo pixelado por un aluvión infinito de datos. Hoy, los datos que genera Internet y los algoritmos matemáticos que los discriminan y organizan para nuestro consumo son un binomio de control y dominio que la técnica impone a la humanidad. Hasta el punto de que los hombres van adquiriendo la fisonomía de seres asistidos digitalmente debido, entre otras cosas, a su incapacidad para decidir por sí mismos.

La digitalización masiva de la experiencia humana comienza a revestir el aspecto de una catástrofe progresiva

Esta circunstancia hace que la humanidad viva atrapada dentro de un proceso de mutación identitaria. Un cambio que promueve una nueva utopía que transforma su naturaleza al desapoderar a los hombres de sus cuerpos y sus limitaciones físicas para convertirles en poshumanos programables algorítmicamente, esto es, seres trascendentalmente tecnológicos y potencialmente inmortales al suprimir sus anclajes orgánicos. Un cambio que adopta un proceso previo de socialización que hace de los hombres una especie de enjambre masivo sin capacidad crítica y entregado al consumo de aplicaciones tecnológicas dentro de un flujo asfixiante de información que crece exponencialmente.
La experiencia de la posmodernidad va descubriendo de este modo no solo la naturaleza fallida de la Ilustración que describió tempranamente Lyotard, sino el fracaso de los relatos que la fundaban en toda su extensión. Destacando de entre todos ellos el político, pues, como veremos, la institucionalidad de los Gobiernos democráticos y la legitimidad de las sociedades abiertas de todo Occidente se encuentran en una profunda crisis de identidad. Se ven cuestionadas en sus fundamentos por la sustitución de la ciudadanía como presupuesto de la política democrática por multitudes digitales que allanan el camino hacia lo que Paul Virilio describió como “la política de lo peor”.

Todos estos factores son los que están contribuyendo a que emerja esa figura titánica que describíamos más arriba y que adopta el rostro de una dictadura tecnológica. Una especie de concentración soberana del poder material que descansa en la gestión de la revolución digital. Gestión que ofrece orden dentro del caos y seguridad en medio de la época de catástrofes que acompaña la mutación que estamos viviendo a velocidad de vértigo. El protagonista político del siglo XXI ya está con nosotros. Todavía no ejerce su autoridad de manera plena pero va haciéndose poco a poco irresistible. Acumula poder y crece en fuerza. Se insinúa bajo modelos distintos —China y Estados Unidos son los paradigmas—, que convergen alrededor de los vectores que impulsan su desarrollo: la inteligencia artificial (IA), los algoritmos, la robótica y los datos.

Avanzamos hacia una concentración del poder inédita en la historia. Una acumulación de energía decisoria que no necesita la violencia y la fuerza para imponerse, ni tampoco un relato de legitimidad para justificar su uso. Estamos ante un monopolio indiscutible de poder basado en una estructura de sistemas algorítmicos que instaura una administración matematizada del mundo. Hablamos de un fenómeno potencialmente totalitario que es la consecuencia del colapso de nuestra civilización democrática y liberal, así como del desbordamiento de nuestra subjetividad corpórea. Se basa esencialmente en una mutación antropológica que está alterando la identidad cognitiva y existencial de los seres humanos. La digitalización masiva de la experiencia humana, tanto a escala individual como colectiva, comienza a revestir el aspecto de una catástrofe “progresiva, evolutiva, que alcanza la Tierra entera”. (…)


El siglo XXI continúa su andadura bajo el presentimiento de que es inevitable la aparición de un Ciberleviatán. Sobre sus espaldas se entrevé cómo se ordenará la complejidad planetaria que sacude nuestras vidas y que libera oleadas de malestar e incertidumbres que amenazan las estructuras clásicas de un statu quo que se volatiliza por todas partes. Lo más probable es que el Ciberleviatán se instaure por aclamación, a la manera de la dictadura pensada por Carl Schmitt. Mediando un pacto fundacional sin debate ni conflicto, como el producto de una necesidad inevitable y querida si se quiere preservar la vida bajo la membrana de una civilización tecnológica de la que ya nadie puede desprenderse para vivir.

Autoría: José María Lassalle es ensayista y fue secretario de Estado de Cultura y Agenda Digital. Este texto es un extracto de su libro ‘Ciberleviatán, el colapso de la democracia liberal frente a la revolución digital’,


lunes, 13 de mayo de 2019

SEIS ACCIONES CONTRA EL CAMBIO CLIMÁTICO

¿Qué hábitos de vida podemos poner en marcha para combatir el calentamiento global? ¿Cómo evitar el cambio climático?
Obtenido en www.sostenibilidad.com 

El cambio climático es un hecho demostrado. El calentamiento global supone cambios graves en el planeta, como el aumento del nivel del mar, fenómenos atmosféricos extremos, deforestación, desaparición de especies… Pero como individuos podemos poner en marcha pequeñas acciones más sostenibles dentro de nuestra comunidad que ayuden a frenarlo y a cuidar el medio ambiente. ¿Cómo combatir el cambio climático? Te contamos qué hábitos de vida podemos poner en marcha para combatir el calentamiento global de manera local, con 6 sencillas acciones que pueden suponer grandes cambios para un desarrollo sostenible. Acciones para mitigar el cambio climático: 

1. Reduce emisiones. 
 Usa menos el coche privado, siempre que puedas, utiliza medios de transporte sostenibles, como la bicicleta, o usa más el transporte público. Ante largas distancias, lo más sostenible es el tren, por encima del avión, causante de gran parte de las emisiones de CO2 emitidas a la atmósfera. Si lo tuyo es el coche, recuerda que cada kilómetro que aumentas la velocidad, aumenta considerablemente el CO2 y el gasto. Según la CE, cada litro de combustible que consume el coche, supone unos 2,5 kilos de CO2 emitidos a la atmósfera. 

2. Ahorra energía. 
Fíjate en las etiquetas de los electrodomésticos, y no los dejes nunca en stand by. Ajusta siempre el termostato, tanto para la calefacción como para el aire acondicionado. Cuidando un poco el uso de los electrodomésticos en casa, podremos ahorrar energía y, como no, dinero a fin de mes. 

 3. Pon en práctica las 3 ‘R’ de la sostenibilidad.
 - Reduce: consume menos, de manera más eficiente. 
 - Reutiliza: aprovéchate de los mercados de segunda mano, para dar otra oportunidad a aquello que ya no usas o hacerte con algo que necesitas y que otra persona ha desechado. Ahorrarás dinero y conseguirás reducir el consumo. Practica también el intercambio. 
 - Recicla: envases, residuos electrónicos, etc. ¿Sabes que puedes ahorrar más de 730 kilos de CO2 al año sólo con reciclar la mitad de la basura que se genera en el hogar?

 4. ¿La dieta? Baja en carbono. 
Una dieta baja en carbono supone consumir de manera más inteligente: 
 - Reduce el consumo de carnes (la ganadería es uno de los mayores contaminantes de la atmósfera) y aumenta el de frutas, verduras y hortalizas. 
 - Todos los productos, de proximidad y de temporada: lee el etiquetado y consume aquellos que tengan un origen cercano, evitando las importaciones que suponen emisiones extra por el transporte. Consume también productos de temporada, para evitar otros modos de producción menos sostenibles. - Intenta consumir más productos bio, ya que en su producción se usan menos pesticidas y otros químicos. 
- Evita todo lo que puedas los embalajes excesivos y los alimentos procesados. 

 5. Actúa contra la pérdida de bosques.
 - En la medida en la que puedas, evita lo que provoque riesgos de incendio. 
- Si quieres comprar madera, apuesta por aquella con certificación o sello que asegure su origen sostenible. 
- ¡Planta un árbol! En toda su vida, puede absorber hasta una tonelada de CO2. 

6. Exige a los gobiernos. 
Exige que se tomen medidas hacia una vida más sostenible, mediante muchas acciones que están en su mano: promover las energías renovables, regular medidas como un correcto etiquetado de productos (método de pesca al consumir pescados, etiquetados que especifiquen origen de productos, si son o no transgénicos, etc.), promover un transporte público más sostenible, motivar el uso de la bicicleta y otros transportes no contaminantes en ciudad, gestionar correctamente los residuos al reciclar-reusar, etc.… La población tiene más fuerza de lo que cree, y exigir medidas a los gobiernos consigue una conciencia más global sobre el problema del calentamiento global. Piensa en global, y actúa en local. Tus acciones son necesarias en la lucha contra el cambio climático.

miércoles, 6 de marzo de 2019

ENTREVISTA SOBRE LOS GRANDES PELIGROS DE LAS REDES SOCIALES: EL "GRAN HERMANO" QUE NOS VIGILA.

Paloma Llaneza (Madrid, 1965) fue una de las primeras usuarias de Facebook. Pero esta abogada experta en protección de datos, al ver cómo funcionaba la red social y la información suya que recopilaba, borró su cuenta. El día que la compañía de Zuckerberg compró WhatsApp también desinstaló de su teléfono este servicio de mensajería instantánea. Y envió un mensaje a todos sus contactos: “Facebook ha comprado WhatsApp y lo ha comprado por los usuarios, lo ha comprado por vuestros datos. Yo me voy”.
“Los datos son valiosos porque dicen muchísimo de nosotros y somos votantes potenciales, compradores potenciales y peticionarios de servicios de transporte, salud, educación y crédito potenciales. El mundo gira alrededor de nuestras necesidades. Cuanto mejor te conozca a ti, mejor seré capaz de venderte lo que creo que necesitas, aunque tú no creas necesitarlo aún, y de negarte lo que pides”, explica en una entrevista a EL PAÍS. Llaneza, que también es auditora de sistemas y consultora en ciberseguridad, acaba de publicar Datanomics, un libro en el que explica qué hacen las empresas tecnológicas con nuestros datos personales.
El día que WhatsApp hable de todo lo que le hablamos se acaba el mundo
El coste de tener instaladas aplicaciones como Facebook, Whatsapp o Instagram “es muy alto”: “El día que WhatsApp hable de todo lo que le hablamos se acaba el mundo”. Los gigantes tecnológicos llegan a conocer al usuario mejor que unos padres, una pareja o incluso uno mismo. “Lo que más nos dice de un ser humano es aquello que oculta de sí mismo: su parte emocional. Las redes sociales permiten saber cuál es tu estado de ánimo en tiempo real, si estás sufriendo de amores o buscando medicación para los nervios, si tienes depresión, si abusas demasiado del alcohol, si sales mucho o si la música que escuchas indica una tendencia al suicidio o una melancolía transitoria que forma parte de tu carácter”, asegura la abogada.
Facebook analizó datos de más de seis millones de adolescentes australianos y neozelandeses para determinar su estado de ánimo y facilitar a los anunciantes información sobre los momentos en los que se sentían más vulnerables, según un documento de la compañía en Australia filtrado en 2017 por el periódico The Australian. Al saber cómo es una persona y cómo siente en cada instante, las empresas pueden venderle en el momento oportuno “cualquier cosa que emocionalmente necesite”: “Una idea, un pensamiento, un partido político, un modo de vida o incluso un sentimiento de superioridad nacional”. “Esto que es preocupante ha funcionado muy bien en el Brexit, en las elecciones de Trump y en alguna elección reciente en España”, afirma Llaneza.

Cómo evitar la recopilación de nuestros datos

Para evitar que las compañías tecnológicas recopilen datos sobre nosotros, Llaneza afirma que la única solución es borrar este tipo de aplicaciones: “No hay un consejo intermedio, da igual compartir más o menos publicaciones”. “La parametrización de privacidad que hace Facebook está pensada para terceros, pero Facebook lo ve todo y guarda hasta tus arrepentimientos, incluso ese correo que ibas a mandar poniendo a caer de un burro a alguien y que luego decidiste no hacerlo. Porque un arrepentimiento dice de ti mucho más que lo que mandas”, explica. Hacer un uso menos intensivo de estas aplicaciones no serviría, según Llaneza, ya que “tienen un montón de permisos para acceder a tu teléfono móvil”: “Incluso por cómo mueves el teléfono y tecleas, tienen una huella biométrica tuya que te identifica con un alto grado de probabilidad”.
Facebook lo ve todo y guarda hasta tus arrepentimientos, que dicen de ti mucho más que lo que mandas
Los dispositivos y las aplicaciones están pensados para ser “usables, molones y altamente adictivos”. El problema es que la percepción del riesgo entre los usuarios “es muy baja”: “Nadie es consciente de la cantidad brutal de información que da a un móvil incluso sin tocarlo”. “Tener un móvil o a Alexa encima de la mesa de tu casa te parece lo más normal y, sin embargo, no tendrías un señor sentado en el salón de tu casa todos los días observando cómo hablas o viendo como meriendas. Es mucho más peligroso tener a Alexa encima de la mesa que a ese señor, que tiene una memoria humana y se le va a olvidar la mitad de lo que oiga”, concluye Llaneza.

CÓMO SACAN LAS COMPAÑÍAS RENTABILIDAD A LOS DATOS

Las compañías sacan rentabilidad a los datos de sus usuarios “a base de vender la publicidad targetizada y de generar otros negocios alrededor de esa información”. Mientras que en Europa hay una regulación “más o menos estricta”, en EE UU “el hecho de que te caiga una pena más o menos grave, tengas acceso a distintas universidades o te denieguen un crédito, un seguro o un servicio médico dependerá de los datos tratados sobre ti”. ¿Por qué a pesar de no haber impagado nunca una deuda, te pueden denegar un crédito? “Porque los nuevos sistemas son predictivos y no analizan el pasado, sino que leen el futuro”, afirma Llaneza. Si un modelo predice por ejemplo que alguien tiene una alta probabilididad de divorciarse y su capacidad económica bajará, es posible que no se le conceda una hipoteca.
El uso de estos sistemas conlleva un riesgo, ya que los datos con los que los algoritmos son entrenados están condicionados por nuestros conocimientos y prejuicios. Además, las máquinas terminan siendo en ocasiones una caja negra que hace imposible entender qué camino ha seguido el modelo para llegar a una determinada conclusión: “Una de las grandes cuestiones que tenemos delante es la transparencia algorítmica. Usted ha tomado una decisión: ¿Por qué y cómo?”. “La propiedad de datos ya está regulada. Lo que ahora debemos regular es el control sobre el resultado del tratamiento sobre esos datos”, afirma la abogada.

FUENTE: Diario EL PAÍS                                                                       https://elpais.com/tecnologia/2019/02/21/actualidad/1550768323_045000.html