martes, 5 de febrero de 2013

¿ ACASO NACEMOS DEMÓCRATAS?

(Mis reflexiones ante la situación actual publicadas en la revista "CAPOTE": http://revistacapote.com/acaso-nacemos-democratas/  )


Con una ciudadanía caracterizada por un hartazgo cada vez mayor ante tanto cinismo, ineficacia, ineptitud, prepotencia, incoherencia, falsedad, manipulación, ocultación, irresponsabilidad y degradación de los cimientos morales y políticos de nuestra sociedad que ponen de manifiesto las noticias de actualidad política que nos inundan, pero, por paradójico que parezca, no estando exenta de pasividad, apatía y desinterés esta misma ciudadanía, es momento de preguntarse sobre la democracia misma y su génesis.

¿Nacemos o nos hacemos demócratas? Esta es la cuestión. Si admitimos que se trata de una cuestión puramente genética, carece de sentido educar en valores y procedimientos cívico-democráticos. Pero si, por el contrario, consideramos que no es así, sino que la democracia es una entre las posibles formas de organizar la convivencia humana –la menos mala, que dijera W. Churchill-, entonces habremos de concluir que es imposible lograr una madurez democrática sin recurrir a la educación, única vía complementaria a la genética con que contamos los seres humanos. Sorprende, entonces, cómo puede el Ministerio de Educación proponer una ley de “mejora de la educación” prescindiendo de la educación para la democracia -ya sea en las actuales asignaturas de “Educación para la Ciudadanía” (3º ESO), “Educación Ético-Cívica” (4º ESO) o en la línea temática ético-política de la “Historia de la Filosofía” (2º Bachillerato)-.

Si no nacemos demócratas, ni es posible la democracia sin demócratas, podemos preguntarnos: ¿Qué intereses puede haber detrás de que las jóvenes generaciones ignoren el sentido profundo de cuestiones tan básicas como que el primer artículo de nuestra Constitución define a España como “un Estado social y democrático de Derecho”? ¿Qué fin se pretende con que los escolares ignoren que entre las principales amenazas para la democracia encontramos la demagogia o uso interesado de la mentira; la información tendenciosa; la corrupción institucional; el anteponer el interés privado al público; una justicia que renuncia a la imparcialidad; etcétera? ¿Qué propósitos puede haber detrás de la negación a las generaciones futuras a conocer sus derechos y obligaciones, así como sus fundamentos? ¿Qué objetivos puede haber detrás de no formar para que se conozcan opciones ideológicas distintas a las que los medios de comunicación difunden como si un “pensamiento único” fuese la única opción posible? ¿Qué miedos ocultos puede haber para negarse a aceptar que solo una ciudadanía formada puede informarse críticamente y ejercitar su libertad? ¿Qué se pretende esconder al ocultar que con la existencia de listas electorales cerradas y bloqueadas y la ley electoral D´Hondt, por citar solo dos ejemplos, se fomenta la partidocracia y una oligarquía con dos cabezas visibles que se alternan en el poder? ¿Qué intereses puede haber en promover una ciudadanía pasiva, apática, desencantada y desinteresada del ejercicio de sus derechos y deberes políticos? ¿Qué fin se pretende al forjar una ciudadanía que careciendo de ideas claras sobre los asuntos públicos limite su participación a un no sabe/no contesta? ¿Qué intereses puede haber para que estos u otros contenidos semejantes dejen de estudiarse en las aulas o, en el mejor de los casos, algunos de ellos, simplificados, se ofrezcan como una alternativa al adoctrinamiento religioso, como si las personas que opten por el aprendizaje de la fe pudiesen prescindir del conocimiento de los valores y procedimientos cívico-democráticos como si estos fuesen una mera moral para ateos?

Juan Ramón Tirado Rozúa es profesor de Filosofía.

DAVID HUME



Podemos encontrar numerosos vestigios en la actualidad del pensamiento humeano. Por citar algunos destacados, recordar que en el ámbito del conocimiento establece dos modos: de relaciones de ideas y de hechos, que nos recuerdan a la clasificación aceptada actualmente que distingue entre ciencias formales y empíricas. También su obsesión por la experiencia está muy presente en buena parte de lo que se considera conocimiento cotidiano. La mayoría de la población tiende a formarse una opinión sobre las cosas a partir de sus propias experiencias, generalizándolas al modo que nos proponía el método inductivo. La ciencia, en cambio, suele optar más por el experimento en laboratorio en condiciones ideales.
Su negativa a aceptar que podamos llegar a conocer verdades absolutas, que deriva en un resignado escepticismo, también encuentra un notable eco en una sociedad como la nuestra que en que predomina la apuesta por lo inmediato, superficial, concreto, material y efímero. Este resignado escepticismo deriva, cuando se trata de conocer la posibilidad la existencia de Dios en un resignado agnosticismo. Actitud que también se va extendiendo lentamente cada vez más en los países occidentales. Pero tampoco faltan quienes quieren poner freno a esto. Así, por ejemplo, encontramos medidas como las anunciadas por el Ministerio de Educación de dar más protagonismo en los centros escolares y más horario a la Religión.
Con respecto a su emotivismo ético, podemos destacar que fruto del racionalismo filosófico derivado en cientifismo frío y calculador, junto al puritanismo religioso, nuestra tradición cultural ha olvidado con frecuencia los sentimientos, pero hoy en día se están rescatando. Por citar solo tres ejemplos:
La telebasura, aunque de un modo trivializado y superficial, recurre continuamente a ellos para aumentar la audiencia. Se impone el poder de las emociones sobre el de los argumentos.
En un ámbito más académico, la catedrática de Ética española Victoria Camps ha llevado a cabo un estudio de las emociones en su obra “El gobierno de las emociones” (2012), para descubrirnos que los afectos no son contrarios a la racionalidad, sino que, por el contrario, sólo desde ellos se explica la motivación para actuar racionalmente. Considera que sólo un conocimiento que armonice razón y sentimiento incita a asumir responsabilidades morales.
En el ámbito de la psicología, ya es casi un clásico la obra de D. Goleman, “Inteligencia emocional” (1995). De centrarse tradicionalmente la inteligencia en los aspectos cognitivos, se pasa a considerar a la inteligencia emocional como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en torno a cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, lograr la capacidad para motivarse a uno mismo y de gestionar las relaciones emocionales con los demás con éxito.
Su utilitarismo también encuentra un notable eco en una sociedad obsesionada por valorar aquello que sea práctico y útil.