jueves, 5 de febrero de 2009

SÍ A LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA



Quiero pensar que somos muchos los sorprendidos por los ataques que está sufriendo la nueva asignatura EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA Y LOS DERECHOS HUMANOS. Sorpresa, digo, porque quienes más la critican coinciden “off the record” con sus defensores en la grave crisis de valores que estamos viviendo y en la necesidad de educar en valores cívicos.

Mi defensa de la Educación para la Ciudadanía no es nueva ni oportunista ni nada tiene que ver con la aparición de esta asignatura que, aunque pudiera convertirse en una “maría” tal como finalmente ha quedado, la valoro positivamente por considerar que la educación de los ciudadanos es el pilar básico sobre el que ha de sustentarse toda democracia que pretenda ser tal, ya que por naturaleza, por biología, por genes, no nacemos instruidos en los valores cívicos democráticos (para demostrar tal afirmación sólo basta mirar nuestro entorno y observar algunas de las actitudes que predominan). Y como nos va en ello el lograr una convivencia pacífica y tolerante en una sociedad cada vez más compleja y globalizada, habrá que forjar tales valores necesariamente mediante la educación, única vía alternativa a la genética con que contamos los seres humanos. Que se considere suficiente para lograr esa educación limitarla a unas pocas horas en la escuela, es otra cuestión en la que no entraré ahora.

Decía que mi interés por la cuestión no es nuevo. Hace años tuve la oportunidad de pertenecer al grupo de investigación de la Universidad de Málaga denominado "La democracia de los ciudadanos". Más tarde coordiné un grupo de trabajo en un instituto de secundaria sobre "Educar para una ciudadanía responsable". Experiencias estas que me permitieron conocer numerosas investigaciones e, incluso, realizar alguna propia sobre la complejidad de educar en valores para una ciudadanía responsable. Todo ello antes de que surgiera el debate sobre si debe impartirse o, como algunos proponen –la Conferencia Episcopal y afines-, ante esta asignatura lo que hay que hacer es objetar y, por tanto, no asistir a sus clases. ¡¡Según parece, algo difícil de imaginar hasta ahora, la revolución en las aulas va a venir de manos de los obispos!! Pero, seamos serios, pensemos por un momento: ¿quién decide qué asignaturas se estudian? Hasta ahora tal función ha recaído en el Estado. Podrá haber diferencias de criterios, pero quien no esté de acuerdo con la existencia de alguna asignatura que lo solucione en los tribunales o, si fuese necesario, en el Tribunal Constitucional, pero no objetando cada cual a lo que no le guste. Si se puede objetar tan fácilmente como proponen los obispos, imagino que en algunas asignaturas objetarían multitudes, vamos, que habría más objetores que alumnos dispuestos a seguir su aprendizaje. Seguro que no costaría demasiado encontrar a alguien dispuesto a buscar argumentos para poder objetar. ¿… o no?

La nueva asignatura no puede sustituir esa educación básica cuyos maestros han de ser los padres, cada cual con sus criterios axiológicos, e incluso, tampoco sustituye la notable influencia de los políticos, los periodistas, los publicistas, los frívolos, superficiales y sensacionalistas comentaristas de los "programas del corazón", la violencia como modelo de resolución de conflictos, etc. omnipresentes en nuestras vidas a través de los influyentes medios de comunicación. Pero, aún yendo contracorriente en ocasiones, pretende poner las bases de un futuro comportamiento cívico, democrático, informado, responsable y participativo. Promueve el respeto de todos los derechos humanos y a toda minoría social; promueve, igualmente, el diálogo como solución de los conflictos, las actitudes solidarias y pacíficas, a la vez que reflexiona sobre la convivencia en sus diversos niveles; combate la xenofobia, el racismo y la discriminación de género; afirma el valor fundamental de la familia; describe las instituciones democráticas y sus fundamentos constitucionales sin autoritarismos; los deberes ecológicos, el cambio climático, el consumo responsable, el multiculturalismo y las peculiaridades de vivir en una sociedad globalizada también forman parte de su objeto de estudio; todo ello desde el pluralismo y sin dogmas ideológicos impuestos a los alumnos. Por eso, suena a acusación interesada alegar, como hace la jerarquía eclesiástica, que se trata de un totalitarismo moral contrario a la fe cristiana, al que incita a rebelarse a través de la objeción de conciencia. Quien no dudó en bendecir el nacionalcatolicismo franquista (recuérdese que el Generalísimo lo era por la gracia de Dios) protesta ahora por que se forme a la juventud en valores cívicos y en la tolerancia respetuosa.

Si volvemos nuestra mirada hacia la historia, gran maestra a menudo olvidada, quizás no nos sorprenda tanto esta oposición tan frontal de la Conferencia Episcopal española a la enseñanza de valores cívicos sin el patrocinio de nuestra Santa Madre Iglesia. Esta actitud no es nueva. Como suele decir el teólogo alemán Johann Baptist Metz "no hay un solo valor moderno que no haya sido desacreditado por la Iglesia", aunque algunos de ellos hayan tenido su germen en el propio cristianismo (pero no en su jerarquía, claro). Por poner algunos ejemplos: en 1791, como respuesta a la proclamación francesa de los Derechos del Hombre, el papa Pío VI en su encíclica "Quod aliquantum" afirmaba "que no puede imaginarse tontería mayor que tener a todos los hombres por iguales y libres". En 1832, Gregorio XVI, en la encíclica "Mirari vos" condena la reivindicación de la "libertad de conciencia" como un error "venenosísimo". En 1864, Pio IX condena los errores de la democracia. León XIII en la encíclica "Libertas" de 1888 condena el liberalismo y el socialismo. Pio X en 1906 en la encíclica "Vehementer" condena la separación entre Iglesia y Estado… y podríamos seguir con un amplio elenco de condenas. Todavía hoy, reprueba la Iglesia el divorcio, los anticonceptivos, las relaciones sexuales fuera del matrimonio, las relaciones afectivas con personas del mismo sexo, numerosas innovadoras investigaciones médicas biotecnológicas,... ante lo que no podemos sino echar de menos una voz que despierte lo mejor de una tradición tan fecunda como la cristiana, que su jerarquía se empeña en ocultar. También se echa de menos, a pesar del tiempo transcurrido y de los cambios acaecidos, su toma de conciencia de que sus doctrinas, aunque totalmente respetables, en un Estado aconfesional, como es el nuestro, sólo deben tener pretensión de validez para sus fieles, no siendo en ningún caso legítimo que pretendan imponerlas a todos. Lo ilegal y lo pecaminoso hace ya tiempo que dejaron de ser una misma cosa.

Nada hay de malo en que los alumnos que lo deseen reciban enseñanza-catequesis de religión, por cierto, sufragada con dinero público pero bajo control de los obispos, y al mismo tiempo se formen en los valores cívicos y los fundamentos racionales de la conducta ciudadana democrática. En su sentido genuino, no deberían ser cosas incompatibles. Conocer y tolerar una diversidad que es real, no implica compartirla. No se entiende, por tanto, tanta oposición, porque, entre otras cosas, ni el gobierno ni los obispos son quienes dan las clases, sino los profesores. Y éstos, amparados en el reconocido derecho constitucional de libertad de cátedra, seguro que pondrán de manifiesto sensibilidades muy diferentes, como en cualquier otra materia objeto de estudio. Además, a nadie se le escapa que los materiales didácticos elaborados por las diferentes editoriales –y haberlas las hay muy afines a la Iglesia- tratan de modo variado los diversos temas. Hasta una prestigiosa editorial, ajena a intereses eclesiásticos, ha contado con una teóloga para elaborar sus manuales de esta asignatura. Por lo que no es fácil entender que se suscite tal controversia, cuando, como ya he señalado, los contenidos de esta asignatura no pretenden manipular ideológicamente al alumnado, sino que son contenidos fundamentales para afirmar y fortalecer la democracia desde la formación de ciudadanos un poco más responsables y conscientes del mundo en que viven.

Es cierto que la nueva asignatura pretende formar la conciencia del alumnado, como afirman quienes incitan a objetar, pero, entiéndase bien, formar en lo que afecta a sus derechos y deberes ciudadanos. Es triste, por tanto, que una asignatura tan necesaria en una sociedad que se autodenomina democrática se haya convertido en objeto de una campaña mediática tan aparatosa y manipuladora, que me temo que tiene entre uno de sus objetivos fundamentales confundir a la ciudadanía, pues la mayoría de la población, lamentablemente, no tendrá la posibilidad de conocer de primera mano cuánto hay de real y de artificioso en la polémica creada.


TÍTULO: SÍ A LA EDUCACIÓN PARA LA CIUDADANÍA

AUTOR: JUAN RAMÓN TIRADO ROZÚA

(Publicado en el Diario LA OPINIÓN DE MÁLAGA)


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