Podemos encontrar numerosos vestigios en la actualidad del pensamiento humeano. Por citar algunos destacados, recordar que en el ámbito del conocimiento establece dos modos: de relaciones de ideas y de hechos, que nos recuerdan a la clasificación aceptada actualmente que distingue entre ciencias formales y empíricas. También su obsesión por la experiencia está muy presente en buena parte de lo que se considera conocimiento cotidiano. La mayoría de la población tiende a formarse una opinión sobre las cosas a partir de sus propias experiencias, generalizándolas al modo que nos proponía el método inductivo. La ciencia, en cambio, suele optar más por el experimento en laboratorio en condiciones ideales.
Su negativa a aceptar que podamos llegar a conocer verdades absolutas, que deriva en un resignado escepticismo, también encuentra un notable eco en una sociedad como la nuestra que en que predomina la apuesta por lo inmediato, superficial, concreto, material y efímero. Este resignado escepticismo deriva, cuando se trata de conocer la posibilidad la existencia de Dios en un resignado agnosticismo. Actitud que también se va extendiendo lentamente cada vez más en los países occidentales. Pero tampoco faltan quienes quieren poner freno a esto. Así, por ejemplo, encontramos medidas como las anunciadas por el Ministerio de Educación de dar más protagonismo en los centros escolares y más horario a la Religión.
Con respecto a su emotivismo ético, podemos destacar que fruto del racionalismo filosófico derivado en cientifismo frío y calculador, junto al puritanismo religioso, nuestra tradición cultural ha olvidado con frecuencia los sentimientos, pero hoy en día se están rescatando. Por citar solo tres ejemplos:
La telebasura, aunque de un modo trivializado y superficial, recurre continuamente a ellos para aumentar la audiencia. Se impone el poder de las emociones sobre el de los argumentos.
En un ámbito más académico, la catedrática de Ética española Victoria Camps ha llevado a cabo un estudio de las emociones en su obra “El gobierno de las emociones” (2012), para descubrirnos que los afectos no son contrarios a la racionalidad, sino que, por el contrario, sólo desde ellos se explica la motivación para actuar racionalmente. Considera que sólo un conocimiento que armonice razón y sentimiento incita a asumir responsabilidades morales.
En el ámbito de la psicología, ya es casi un clásico la obra de D. Goleman, “Inteligencia emocional” (1995). De centrarse tradicionalmente la inteligencia en los aspectos cognitivos, se pasa a considerar a la inteligencia emocional como la capacidad para reconocer sentimientos propios y ajenos, y la habilidad para manejarlos. Goleman estima que la inteligencia emocional se puede organizar en torno a cinco capacidades: conocer las emociones y sentimientos propios, manejarlos, reconocerlos, lograr la capacidad para motivarse a uno mismo y de gestionar las relaciones emocionales con los demás con éxito.
Su utilitarismo también encuentra un notable eco en una sociedad obsesionada por valorar aquello que sea práctico y útil.
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