Las sociedades tienen sus propias patologías. El fanatismo
y la violencia, por ejemplo. Hace años, describí una enfermedad social
apenas atendida. La denominé síndrome de inmunodeficiencia social. La inmunodeficiencia está bien estudiada en individuos: un
organismo pierde su capacidad para defenderse contra un agente patógeno. Su
sistema inmunitario deja de funcionar. Una sociedad puede también perder esa
capacidad y volverse incapaz de aislar, combatir, neutralizar o expulsar los
elementos dañinos. Sospecho que España padece esta enfermedad. Es la razón por
la que no somos capaces de combatir la corrupción.
Hoy quiero tratar otra manifestación de esa enfermedad que ha
adquirido una virulencia especial en muchos países: la tolerancia a la
mentira. Oxford Dictionaries ha elegido el término 'post-truth', posverdad, como palabra del año. Aunque existe desde hace
dos décadas, ha saltado a la fama en los últimos meses. En lo que a mí
respecta, por sendos artículos en 'Harvard Gazette' (julio de 2016), 'The
New York Times' (agosto) y 'The Economist' (septiembre). Luego vinieron muchos
más. La posverdad se define como "situación en que las emociones
y creencias personales influyen más en la formación de la opinión pública que
los hechos objetivos”. Mala definición si pretende definir un fenómeno
nuevo, porque ese ha sido un sempiterno mecanismo de manipulación política o
publicitaria. Lo nuevo es que una falsedad continúa siendo aceptada a sabiendas
de que es una falsedad, y se toman decisiones basándose en ella, porque no se
considera importante que lo sea. Sucedió en el Brexit y ha vuelto a suceder con
Trump. Según 'PolitiFact', alrededor del 70% de las afirmaciones sobre hechos
de Donald Trump eran falsas. Da igual. Christopher
Robichaud, de la Harvard Kennedy School, sostiene que es cierto que Trump
miente, pero que en la era de la política posverdad tal cosa no parece
criticable. "Sería como criticar a un actor por decir cosas falsas”.
Se trata, pues, de una devaluación de la verdad y,
paralelamente, de una devaluación de la falsedad y de la mentira.
Como todos los fenómenos sociales, este tiene una larga historia, que contaré
telegráficamente. El siglo XX mostró que todos los regímenes dictatoriales
y todos los fanatismos defienden verdades absolutas. Se pensó que el antídoto era
el pensamiento débil y un educado relativismo, menos belicoso
que la pretensión de verdad. Todas las opiniones se volvieron igualmente
respetables. Frente al monoteísmo de la verdad, el politeísmo de las opiniones.
En los medios de comunicación se hizo cada vez más difícil distinguir entre
'hechos' y 'opinión sobre los hechos'. Incluso se piensa que los hechos no
existen, solo existen las interpretaciones de los mismos. La palabra
'post-factual' es sinónima de 'post-truth'. Los expertos dicen, con un cinismo
realista, que si uno tiene el suficiente dinero puede contratar a una agencia
que le busque hechos que apoyen su idea, sea cual sea. Y, por supuesto, también
puede contratar un filtro que solo le proporcione las noticias que corroboren
sus prejuicios.
La posverdad ha sido facilitada por las nuevas técnicas de
comunicación. Las patologías sociales se expanden como un virus. Me parece
sintomático el uso que se hace de la palabra 'viralidad' en las
redes. Por eso ha surgido la polémica, incluso dentro de Facebook. Según 'The
New York Times', altos responsables de la compañía han discutido sobre la
posible responsabilidad de Facebook en el triunfo de Trump, y la necesidad de trabajar
para combatir la desinformación. Pero Zuckerberg ha recordado que esta
red social no es una agencia de noticias ni un medio de información social, y
que no pueden convertirse en guardianes de la verdad. Es una mera red social.
Sin embargo, según el informe Pew, el 62% de los americanos recibe noticias a través
de estas plataformas. Neerzan Zimmerman, que trabajó en 'Gawker' como
especialista en “tráfico rápido de historias virales” (el nombre de su
profesión ya es significativo), afirma: “Hoy día no es importante que la
historia sea real. Lo único importante es que la gente haga clic sobre ella.
Los hechos están superados. Es una reliquia de la edad de la prensa escrita,
cuando los lectores no podían elegir. Ahora, si una persona no comparte una
noticia, no hay noticia”.
La tolerancia al engaño es una de las manifestaciones del
síndrome de inmunodeficiencia social del que les estoy hablando. Se están
intentando vacunas, como el 'fact checking', que comprueba los datos ofrecidos
por los políticos. Han aparecido el FactCheck.org, PoliticFacts, The Fact
Checker, en EEUU, Channel4Fact Check, Fact Check Central y FullFact en el reino
Unido, 'El objetivo' de Ana Pastor en España, 'Les Decodeurs' en
Francia, e iniciativas más limitadas, como el blog 'BILDblog' en Alemania, que
verificaba los artículos del diario 'Bild'. Los grandes periódicos
ya realizaban esta función con otro nombre. Por ejemplo, 'Der Spiegel'
mantenía un equipo de 70 personas dedicado a verificar hechos, lo que
supone un elevado coste económico. El 'Reporter’s Lab' de la Universidad de
Duke recoge información sobre estas iniciativas. A pesar de su auge, por
el momento, la vacuna no funciona porque el influjo de la posverdad es
demasiado fuerte. Donald Trump ha calificado al 'fact-check' de “out-of-touch”
y “elitist media-type thing” , es decir, algo desconectado de la realidad y
elitista, y Michael Gove, uno de los políticos que más apoyaron el Brexit,
afirmó que los expertos son un peligro, lo que suponía desacreditar el
conocimiento.
La única solución que se me ocurre es defender una filosofía
que crea en la verdad, lo que en este momento no es tan fácil de encontrar. Sin
embargo, es posible. El síndrome de inmunodeficiencia social es una prueba más
de que necesitamos reivindicar la filosofía —que trata del método para separar
la verdad de la falsedad— como servicio público.
Postdata. Cuando el artículo ya está escrito, leo un reciente discurso de Michael
Higgins, presidente de Irlanda, diciendo que el mejor antídoto contra la
posverdad es introducir la filosofía en las escuelas. ¡Bienvenido al club!
(Origen del texto: JOSÉ ANTONIO MARINA, Elconfidencial.com,
22/11/2016)